Thursday, February 3, 2011

El enemigo infiltrado

Romanos 7

14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

Comentario:

Si nuestro enemigo se encuentra en la cárcel no tenemos por qué temerle, si se encuentra en otro país tampoco, pero si se encuentra en nuestro vecindario es necesario estar vigilante. Es aun mejor tenerle a simple vista que no verle, conocerlo que desconocerlo porque así podremos conocer sus artimañas y sus planes; de una cosa debemos estar seguros: no podemos confiarnos de un enemigo, mucho menos cuando ha logrado acercarse a nosotros. En estos tiempo donde la amenaza terrorista es constante, los gobiernos temen mas a aquellos terrorista ciudadanos, o sea aquellos que son nacidos y partes de la ciudadanía, más que aquellos que están en los países donde se considera hay terroristas. Una de la razón es porque es más difícil protegerse contra tales terroristas pues asumen la vida de ciudadanos ordinarios mientras planean ataques que podrían destruir la seguridad social y causar grandes estragos a civiles, ya que conocen las infraestructuras del país.

Nuestras vidas corren un peligro mortal debido a que el enemigo se ha infiltrado en nosotros. Muchas veces señalamos al esposo, la esposa, el novio, la novia, el amigo, el tío, el padre, la madre, nuestro compañero de trabajo como el culpable de nuestro enojo, por habernos hecho algo (sea esto lo que sea) pero la realidad es que el problema no es la otra persona, radica en nosotros. El enojo que nos embarga esta en nosotros, no en nadie más, por ende es un problema propio. El enemigo reside en la carne esto es en nosotros, en el libro de Romanos capitulo 8: 3-9 nos dice que la carne no se sujeta a la ley de Dios o los deseos de Dios, pero no solo esto, dice que tampoco puede. En el verso 3 nos dice que el pecado está condenado a la carne, es decir que jamás puede servir a Dios porque el pecado está atado intrínsecamente a la carne y los dos son uno, y para contrarrestar sus efectos tenemos que depender, y completamente asirnos de Dios (esto es el espíritu).

Pablo reconocía que en su carne estaba el mal de tal forma que dijo que cuando pecaba no lo hacia el, sino su carne (Romanos 7: 17). Nadie jamás puede exclamar que no haría algún pecado, sino depende de Dios. No importa cual haya sido la crianza moral o que tanta ética pueda la persona poseer, la realidad es que el pecado está condenado en la carne, y hará cosas que nos sorprendería si no estamos andando en el espíritu. Solamente al dejarnos guiar por el espíritu podemos deshacer las obras de la carne. Un cristiano cuando peca no está haciendo lo que quiera o desea (verso 15) por esto es que tiene remordimiento de conciencia una vez cometido tal pecado, sin embargo quiero aclarar que la carne se goza cuando tal cristiano comete pecado de hecho peco sabiendo que pecaba; pero porque el remordimiento y molestia de conciencia después de pecar? Es por qué el espíritu también obra en tal vida, y aun le advirtió que no cometiese tal pecado, pero la carne pudo más. Sin embargo con cada tentación o ataque del enemigo (que reside en nuestra carne) Dios también da una salida para no ser vencido por esta (1 Corintios 10:13). Cuantas veces has pecado y haces algo que no debiste hacer? Cuantas veces tienes peso de conciencia? Esto es porque el enemigo esta infiltrado en la carne y desde allí ataca y debemos conocer sus artimañas para con la ayuda de Dios contrarrestar sus ataques.